miércoles, 19 de agosto de 2009

Reflexión sobre la Feria del Libro Independiente y A - FLIA

Darío Semino


Pasó la FLIA número once en la fábrica recuperada IMPA. Más de trecientos puestos y más de diez mil personas llenaron el lugar durante dos jornada enteras. Además de festejar por el éxito me parece un buen momento para reflexionar sobre qué es la FLIA y qué representa para quienes participamos de ella.


Una anécdota personal: hace pocos años, en una charla informal con algunas personas vinculadas al medio teatral que se habían juntado para discutir problemáticas, opciones para el futuro y demás etcéteras del teatro independiente en la Argentina, sugerí, tímidamente, la necesidad de hacer algo grande, que movilizara la mayor cantidad posible de gente en nombre del teatro. El comentario fue recibido con un par de sonrisas escépticas y una frase que ya había escuchado antes y que lamentablemente volví a escuchar, adaptada a distintas circunstancias, muchas veces más: “eso pasaba en otra época”. Después siguieron varios segundos más de escepticismo silencioso y finalmente el remate: “Ahora la gente está en otra cosa, no quiere involucrarse.”

En ese mismo momento, sin embargo, en otro lugar de la ciudad, un grupo de personajes extraños: escritores autoeditados, bohemios, intelectuales de la noche y agitadores culturales, se juntaba para planear algo. La noticia de ese algo nos llegó a Arteludovica por medio de Diego Arbit: “es la Feria del Libro Independiente, una movida muy abierta de la que participan muchas agrupaciones; al ser tantos es difícil tomar decisiones y llevarlas a cabo, pero la energía que hay es muy hermosa”. Como nosotros estábamos editando en ese momento el libro de nuestra obra de teatro nos pareció lo más natural del mundo participar del evento. Era imposible saber que para algunos de nosotros esa participación se convertiría en un aprendizaje único, no tanto en el sentido estético sino en el aspecto militante que todo artista necesita asumir en una sociedad que decidió darle la espalda al arte.

La primera FLIA de la que participamos, debió ser la quinta o la sexta que se realizaba, movía aproximadamente dos mil personas. Desde ese momento hasta ahora lo único que hizo fue crecer. La décima llevó una cinco o seis mil personas y la última, la décimo primera, superó las diez mil personas a lo largo de dos días de duración. Además de eso se organizó una FLIA en Chile y se está preparando otra en La Plata. Bastante bien para un evento que no está financiado por ninguna empresa, grupo político o gobierno, que no recibe subsidios y por el cual nadie cobra un centavo. ¿Cómo es que ocurre esto en una época en que la gente está en otra cosa y no quiere involucrarse? Porque la anécdota del comienzo no representa un caso aislado sino que refleja una postura o sentimiento que es propio de nuestro tiempo: el creer que lo importante ya pasó, que toda construcción colectiva está más cerca de la utopía que de la realidad y que sólo se puede resistir el peso aplastante del consumismo mediante acciones individuales o de grupos reducidos. Vale la pena detenerse un poco a pensar la relación entre este sentimiento de época y su más palpable negación, la FLIA, para entender por qué se produce ésta última.


En nuestra sociedad el arte surge, para quienes buscan una forma de oponerse al sistema, como una opción seductora. Tenemos en la memoria las sombras del siglo pasado con su brutal pugna entre dos sistemas económicos que hoy están desacreditados. Uno por su incapacidad para construir el mundo del futuro y el otro por la voracidad con la que domina el mundo del presente. Sin embargo los artistas que vivieron en esos sistemas y que lograron crear más allá de sus pujas cotidianas gozan hoy de buen recuerdo. Creo que eso está estrechamente ligado al escepticismo que impera frente a lo político y social. Todas las estructuras que desempeñaron un papel importante en el siglo pasado, partidos políticos, gremios, sindicatos, el mismo Estado, carecen de legitimidad. La encarnación más plena de ese sentimiento se da, en nuestro país, durante la década del noventa. Es a partir de entonces que la gente está en otra cosa y no quiere involucrarse. El arte, en cambio, aparece como un espacio más limpio, desde el cual se puede construir un discurso crítico con cierto grado de autonomía. El desarrollo tecnológico apoya esta tendencia al facilitar el acceso a los medios de producción de una obra artística. Hoy es posible realizar a un costo muy accesible una película, un libro o un disco de música. Y en lo que hace a la difusión, Internet permite la llegada gratuita a miles de personas para cualquier proyecto artístico. El futuro dirá si es paradoja o dialéctica el hecho de que el sistema capitalista provea, mediante la tecnología desarrollada por sus empresas, las herramientas más útiles para combatirlo. Por ahora basta con señalar la existencia de estos dos hechos, por un lado la decepción de lo político que produce como contrapartida una reivindicación de lo artístico, y por el otro la facilidad técnica para producir obras de arte. Es importante señalar estos dos fenómenos porque su combinación es lo que produce la figura central de todo este proceso, esa figura es el artista independiente.


Buenos Aires, tanto la Capital como el Conurbano, y también otras partes de la Argentina, están plagadas de sótanos, casas viejas, bares diminutos, construcciones tomadas, centros culturales clandestinos, teatros hechos con nada. En todos lados tocan bandas de nombres ignotos, se leen cuentos inéditos, se actúa sobre escenarios que no existen. Alguien usa una estropeada silla de oficina para una improvisación, otro construye su escenografía con papeles rescatados del tacho, lo que antes fue una puerta se convierte en la tabla de una mesa para vender discos y revistas, por las calles circula un automóvil hecho con libros y varias bocas toman cerveza en un frasco de mermelada mientras disfrutan de un recital de poesía. En todos esos lugares el artista independiente es protagonista. Con sus contradicciones y limitaciones, con sus errores y sus aciertos el artista independiente es el individuo que se atrevió a la grandeza dejar de lado los canales tradicionales para construir sus propios circuitos de creación y difusión. Es el que transformó, por convicción o necesidad, el escepticismo político en acción artística. El artista independiente es creador, productor y difusor de su obra. Está solo, sin ninguna estructura que lo apoye. Y es en eso que radica su fuerza. Porque al no tener una empresa que le organice un concierto o le distribuya el libro, se ve obligado a conectarse con otros, a tender lazos de colaboración y desarrollar redes en todas las direcciones, de eso depende su supervivencia.

La FLIA es el resultado de varios años de trabajo sostenido e interconectado de decenas y cientos de grupos e individuos que, por uno u otro motivo, funcionan con esa lógica. El que la cantidad de estos grupos e individuos sea cada vez mayor se debe a lo antes mencionado: el descrédito de otro tipo de prácticas de acción social y política y la accesibilidad que provee la tecnología. Esto no quiere decir que el artista independiente no sea un verdadero artista en el sentido más clásico. Cada uno de nosotros desarrolla su obra estética desde sus posibilidades y limitaciones sin que exista un criterio unificador más allá de la realidad compartida. Hay quienes cargan sus creaciones con un claro contenido político y quienes prefieren cantarle a la noche y los abismos, hay quien inventa mundos ficticios y quien se dedica a denunciar las injusticias del mundo real. No es en la estética donde la militancia agarra cuerpo sino en el trabajo de hormiga que requiere la difusión, la búsqueda de espacios, la organización conjunta y permanente de festivales, fiestas, recitales, eventos y lecturas. Si el público se acerca con mayor frecuencia a este tipo de producciones, más allá de calidad estética de cada obra, es porque reconoce la vitalidad que estos artistas y agitadores culturales poseen.


La FLIA, entonces, expresa la necesidad del artista independiente de seguir creciendo y construyendo su espacio. Un espacio que no podrá tener la textura del siglo pasado ni los códigos que rigieron lo que va del presente. Al principio señalé que la FLIA representaba para muchos de los que participamos en ella un aprendizaje. Quiero cerrar el artículo dándole mayor precisión a esa idea. La FLIA es el resultado imperfecto de una sociedad imperfecta. Hay quienes asisten a ella movidos por la simple curiosidad o el interés personal, otros intentan sacarle provecho y todos hacemos siempre lecturas distintas de lo que ocurre. Las discusiones y peleas nunca escasean. Y los problemas organizativos son moneda corriente en cada evento. Sin embargo cuando estamos ahí, en el medio de la música, la gente y los libros, existe un vínculo distinto del resto de los vínculos que construimos en nuestra vida. Sin conocernos mucho, a veces sin tener del todo claro el nombre del otro, sin ser amigos ni conocidos, somos compañeros. Esa es la energía muy hermosa de la que hablaba Arbit. Y esa energía es el resultado de compartir un aprendizaje. ¿Qué es lo que se aprende entonces? Se aprende a construir un espacio nuevo, que va conociéndose a sí mismo por medio de sus errores y avances; se aprende a quebrar el escepticismo, a sacarnos de encima la telaraña de los noventa; se aprende, en resumen, a transformar la realidad.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Feria del libro independiente y autoadhesiva


16 Y 17

AGOSTO

en IMPA

QuERANdíEs 4290
(esquina Pringles-Caballito)
de 12 a 22hs

por la recuperación del
espacio púbico


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